Elegir la propia adscripción ideológica o religiosa es un derecho incuestionable de todos los ciudadanos, reconocido legalmente en el artículo 14 de la Constitución Argentina y en el artículo 18 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, por ello desde aquí se anima a aquellos que no se consideren creyentes a expresar sus ideas y, en caso que lo deseen, a manifestar su derecho a dejar de pertenecer a la Iglesia católica mediante el ejercicio de la apostasía.
Para las personas que consideramos la libertad como un bien supremo, la adscripción de una persona a una confesión religiosa desde el momento mismo del nacimiento, sin intervención ninguna de su voluntad, es una infamia que sólo se mantiene en vigor a causa de una tradición, la discriminación, la presión social y el interés de la Iglesia en hinchar su número de fieles en las estadísticas con el fin de obtener mayores beneficios ligados a una supuesta representatividad social que no responde a la realidad.
Por qué debería apostatar?
En nuestra sociedad por tradición, y por presión social, que por creencias personales, la mayoría de las personas se encuentran con que en su infancia fueron bautizadas, adscritas a una confesión religiosa, por lo general la Iglesia católica, a una edad en que ni podían valorar el significado de ese rito, ni podían tomar sus propias decisiones, por lo que al alcanzar la edad adulta se encuentran perteneciendo activa o pasivamente a una confesión que ellos no han escogido, con la que no se identifican, que no les proporciona ninguna satisfacción y que indirectamente los perjudica (¿alguna vez pensaste el bien que podrían hacer los fondos destinados a la Iglesia católica si se dedicaran a la educación o a la ayuda social, o incluso a la ciencia?)
En cambio las confesiones, si, sacan provecho de esta situación. Gracias a los registros de bautismo la Iglesia católica hace aumentar artificiosamente su número de fieles en las estadísticas con el fin de obtener mayores ventajas sociales y ejercer mayor presión política sin preocuparle demasiado la integridad de las creencias de esos fieles, ni si sus prácticas se corresponden realmente con su supuesta condición.
Amparándose en ese tipo de subterfugios continuamente el estado favorece a la Iglesia católica con el argumento de que la mayoría de la población pertenece a esa confesión religiosa, sin tener en cuenta que gran parte de los ciudadanos considerados católicos según las estadísticas nunca practicaron esa religión, o incluso se oponen a ella.
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